- Perdone, creo que se le ha caído esto
-¡Ah! si, es una foto de mi última mujer, gracias.
- Veo que pertenecemos al club de los reincidentes. Yo también me he casado, y divorciado, dos veces.
El hombre se me quedó mirando fijo con una sonrisa que no encajaba con la expresión de sus ojos, fijos en mí, aunque sin dureza, como siento yo los míos cuando hago algún cálculo difícil. No tenía claro si le había sentado mal el comentario o no.
- Perdone mi poco tacto. Piensa el ladrón que todos son de su condición. Dije pensando que no hace mucho tiempo su comentario habría sido relacionado antes con algún tipo de desgracia natural que con un fracaso de pareja.
- ¿Por qué dice eso?. Me dijo a la vez que enternecía aun más su sonrisa.
- Bueno, entendí por ese "última" que usted se habría casado más de una vez, lo que no me da derecho a pensar que fuese por divorcio.
- De todo ha habido, pero lo que abunda es efectivamente el divorcio y casi todos por mi iniciativa.
Ahora era yo el que trataba de sonreír y aparentar normalidad, sin mucho éxito, según sentía mi cara desde dentro.
- ¿Perdone? Imagino que me lo tengo merecido por bocazas. Se está usted quedando conmigo ¿no?
- ¡No! Nada más lejos de mi intención. Se que es difícil de entender pero un servidor ha estado casado seis veces.
-¡Seis... veces! Está de coña ¿no?
- Pues no. Nací con el don de las mujeres. No he conocido ninguna que haya podido resistirseme. Unas han tardado más que otras, pero al final todas terminaron conmigo. Cuando era un jovenzuelo exploté ese don para satisfacer mi vanidad de macho. Quería dejar a Don Giovanni a la altura de un zapato y machacar ese "Ma in Spagna son gia mille e tre". Pero llegó un momento en que cazar dejó de ser divertido y deshacerse de la caza se convirtió en un infierno.
No quería bajar la guardia y aceptar sus palabras sin recelo pero me costaba la propia vida. Desde luego tenía capacidad de convencer. Me resultaba fácil entender por qué a las mujeres les parecería irresistible. La conjunción de mirada, movimientos y voz era narcótica. Sin darme cuenta me vi aceptando todo lo que me contaba sin cuestionarme su veracidad. ¡Qué digo veracidad! ni siquiera su verosimilitud.
- Llegó un momento que decidí dedicarme a una sola mujer. La mayoría de los hombres se dedican a una sola mujer, si tienen suerte, por imposibilidad de encontrar más de una. Los que no tenemos esa limitación lo hacemos para huir del resto de las mujeres. Nos encerramos en la osera, con la esperanza de que el oso espante al resto de las bestias del bosque.
- Imagino que el secreto radicará en encontrar la fiera que no termine deborándote en la tranquilidad de su guarida.
- Así es. Veo que algo has aprendido de tu corta experiencia matrimonial. Dijo mientras sonreía despreocupadamente mirando por la ventana.
Sin darme cuenta recogí su velada invitación a prescindir de las formalidades y empecé también a tutearle. ¡Con qué naturalidad cambió el tratamiento sin caer en las torpes fórmulas que el resto de los mortales solemos usar! - ¿Le importa que le hable de tu? ¿por favor no me hables de usted que aun soy joven?. Después de haber alternado "tus" y "ustedes" incluso en una misma frase.
- Para mi desgracia ese secreto sigue sin desvelarse. Yo creí que había dado con la tecla. Pensé que la clave estaba en la belleza. Una mujer bella, a la vez que te atrae y agrada, espanta al resto de mujeres que se sienten comparadas y mal paradas. Pero el problema está en la propia belleza.
- ¿De todo se harta uno? apunté simplonamente
- No. No es eso sino que nada viene solo. La belleza pura no existe, siempre está tocada por otras cualidades. Mis primeros cinco intentos no fueron más que diferentes ensayos para encontrar la belleza perfecta: mi primera mujer era hermosa, la segunda primorosa, la tercera bonita, la cuarta atractiva y la quinta encantadora.
Ya no me atreví a hacer ningún comentario más. Sentía que no estaba a su altura y que mejor hacía escuchando y aprendiendo. Posiblemente todo eso no era más que un cuento, pero un cuento muy interesante al fin. No en vano esa ha sido siempre la finalidad de los cuentos: ilustrarnos sobre cosas interesantes que nos conviene aprender.
Si bien no dije nada, mi cara lo expresaba todo. El se rió un poco, con amabilidad, y continuó con su relato.
- Pues si. La primera la busqué hermosa. Grandiosamente bella. La hermosura es la superlación de lo bello. Si tenía la fórmula del remedio, ¿por qué no aplicarla con toda su intensidad?. Pero el alma humana no resiste fuertes emociones mantenidas. Se gripa, se fatiga. Una luz intensa y duradera nos termina quemando los ojos, provocandonos una dolorosa ceguera. Lo hermoso ha de ser efímero. Su fuerza nos marchita y nos hace odiarlo.
Se quedó inmóvil, mirando atentamente el trozo de pared que mi cara le tapaba. Me sentía transparente, en otra habitación. Después de un rato, enfocó su mirada en mis ojos y continuó.
- Por eso busqué la segunda primorosa, delicadamente bella. A modo de cura homeopática, apliqué al mal su misma sustancia pero en dosis livianas. Un emplasto de belleza suave y delicada que enfriase el escozor de mi primer fracaso. Al principio sentí alivio. Su belleza me inspiraba ternura y me provocaba la sonrisa. Pero lo delicado exige cuidado y el cuidado crea tensión. Tensión de los nervios, que es más agotadora que la de los músculos. Lo sutil no da respiro y uno termino por ahogarse. No lo pude soportar.
Me miró curioso y me preguntó.
- ¿Qué piensas?
Ni siquiera sabía lo que pensaba. Sentía mi sonrisa acartonada, congelada, y los ojos, poco a poco, iban conformándose en una expresión de tristeza. No pude constestar
- Habida cuenta de que los extremos habían fallado, busqué la solución en el equilibrio, así que me puse a la caza y captura de una mujer bonita, es decir proporcionalmente bella. Lo bonito es equilibrado y proporcionado. Ajustado a su entorno. Eso es lo que yo necesitaba, que su belleza se acomodase a mi persona y mis circunstancias. La encontré.
- Pero no funcionó ¿no? - Dije sintiéndome Sherlock puesto que si no solo habría habido tres mujeres. Pero rápidamente me hice todo Watson y, nublándoseme la cara, corregí.
- Salvo que... Me acordé que no todas ellas se fueron por la vía civil. Él pareció entender mi turbación y rápidamente aclaró
- Efectivamente, no funcionó. La dejé también.
- Pero ¿por qué?
- Porque el equilibrio es temporal. Era bonita cuando la encontré, pero su proporcionalidad se desmoronó con mis cambios. Lo que al prinicipo encajaba de maravilla luego se volvió todo aristas y esquinas vivas. Pero no me dí por vencido. Analicé el problema y llegué a la conclusión que estaba basándome exclusivamente en las propiedades de la mujer deseada, lo amado. El quid debía estar en el vínculo entre amado y amante.
- ¡Claro! por eso la cuarta era atractiva.
- Exactamente. La cuarta la busqué de otra manera. No me fijé en las que me parecían bellas, que de suyo, llaman la atención, sino en las que sin saber por qué me atraían. Muchas eran por raras, otras sencillamente por feas, o por su mal gusto, su descaro. Todas ellas dejaron de interesarme con el tiempo. Pero a veces nos topamos con personas que siguen atrayéndonos y nunca llegamos a saber por qué. Yo encontré a una y me casé con ella. Esperé varios años para estar seguro de que no era un asunto pasajero. Tengo que admitir que aun hoy me sigue atrayendo. Según eso, es la mujer más atractiva que jamás he conocido.
- Y ¿qué pasó?. Ya no me atrevía a aventurar ninguna salida.
- ¿Has vivido alguna vez en una casa inclinada? ¿Te imaginas lo que sería sentir continuamente la fuerza de un imán sobre ti? Los hombres necesitamos desconectar de las cosas, tener diferentes parcelas estancas en las que hacer cosas distintas. Una mujer tan atractiva es la peor de las adicciones que puedes sufrir. Tuve que desengancharme.
Empezaba a sentir alivio de no ser tan irresistible para las mujeres. No podía ni sospechar de lo que me estaba librando.
- El problema era que esa atracción no nublaba mi conciencia. Es como la comida, que nos esclaviza pero no nos atonta. Así, razoné y llegué a la solución trágica de la bebida, de las drogas. Necesitaba un tipo de atracción oculta, necesitaba un encantamiento.
- La quinta. Encantadora.
- Eso es. La belleza que te absorbe sin que tu te des cuenta. La lástima es que no recuerdo nada. Solo se que estaba en la gloria, pero no se por qué. Al final se aburrió de mi y se fue. Es el único divorcio que no busqué yo mismo.
- ¿Y la sesta? En ese momento me vino a la cabeza que solo las cinco primeras entraban en el capítulo de la búsqueda de la mujer perfecta por la belleza y no pude evitar el chiste fácil y dije riéndome.
-¿Más fea que Picio?
Bajó la mirada y con una sonrisa triste dijo para sí mismo.
- No. La mujer más buena que jamás he conocido. Con ella hubiese bajado a los infiernos si las circunstancias lo exigiesen.
Se me cayó el alma al suelo y balbuceando pregunté.
- Pero, pero ¿qué pasó?
- Murió.
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