sábado, 10 de mayo de 2014

Variación sobre un fragmento de El Diario de Ana Frank

El ejercicio propuesto dice así:

Contar empleando un narrador omnisciente el siguiente párrafo del Diario de Ana Frank:

"Es el primer sábado desde hace meses que no me ha parecido triste, ni fastidioso, ni monótono y todo gracias a Peter y a nadie más.
Esta mañana cuando fui a colgar mi delantal en el desván, Papá me preguntó si querría quedarme para una conversación en francés." 

Intentaré seguir los seis puntos que determinan la impersonalidad de un narrador omnisciente:

  1. Expresión en tercera persona.
  2. Situación fuera del relato.
  3. Punto de referencia.
  4. Representación de las opiniones del autor.
  5. Control sobre los aspectos de la narración.
  6. Sitúa y orienta al lector por todos los nudos del argumento.
Ana se levantó ese sábado sin ánimos. Hacía meses que los sábados le fastidiaban, le entristecían y le parecían monótonos. Cuando subió al desván para dejar su delantal se encontró con su padre que le preguntó si quería quedarse para conversar en francés. Entre los tertulianos estaba Peter y Ana, sintiendo algo nuevo en su interior, no deseó otra cosa que quedarse. Siempre le había gustado participar en esas conversaciones con los mayores, y le encantaba practicar idiomas, pero aquel día fue diferente. Aquel día sentía que algo la ataba a aquel lugar que no era ni el francés ni la charla. Sentía que estar allí merecía la pena si y solo si estaba Peter.

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Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se muera de risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie ni el prudente deje de alabarle.

Miguel de Cervantes.


Cambio de nombre

Queridos lectores:

Ayer descubrí que existe una revista literaria titulada La Pluma del Ganso, y nada más lejos de mi intención que pisarle el terreno a nadie. No la conozco pero por la pinta parece algo mucho más serio que este blog de un pobre diletante como yo. Pido perdón a los autores de la revista y les deseo mucho éxito en su empresa.

viernes, 9 de mayo de 2014

El sueño del cuarto de las muchachas

El ejercicio reza así:
  • Relatar un sueño real o inventado
  • Volverlo a contar desde un narrador omnisciente
Escogeré uno real que cambió mis noches.

Para entender el sueño tengo que contar primero un sueño recurrente que me atormentaba muchas noches de mi infancia. El sueño empezaba con una escena de la vida normal en mi casa. Mi casa estaba formada por los dos pisos (apartamentos deberíamos decir) de la primera planta del portal 30 de la calle Asunción de Sevilla. Los pisos tenían una distribución lineal. Las habitaciones daban casi todas ellas a un pasillo recto. En la cabecera había un núcleo de dos salones y la entrada. En la trasera teníamos la cocina, un lavadero con un pequeño aseo y un cuarto de servicio. Ambos pisos estaban unidos hacia la mitad del pasillo por otro pasillo de servicio. En principio cada apartamento tenía su puerta de servicio que debería de estar cerrada pero en mi casa, lógicamente, estaban siempre abiertas y el pasillo de servicio era un corredor más de la casa. A ese pasillo de servicio se accedía por un montacargas y a él daban las ventanas de los cuartos de baño principales. Mi casa estaba pues dividida en lo que nosotros llamábamos "elpiso" y "elotropiso". En "elpiso" hacíamos la mayor parte de la vida y estaban la mayoría de los dormitorios. Por si no lo saben, mi familia era algo más extensa de lo normal. Éramos quince hermanos, mis padres y siempre había varias mujeres trabajando, además de la trupe habitual de amigos y vecinos. En "elotropiso" estaban el dormitorio de las pequeñas, el de mis padres y la consulta médica de mi padre. La cocina y el lavadero de "elotropiso" funcionaban como cuarto de plancha y tendedero, y su pequeño cuarto de servicio servía de almacén de los trajes de flamenca, túnicas de nazarenos, artilugios de caza y vestidor para las mujeres que trabajaban con nosotros. Ese cuarto jugará un papel importante en mi sueño.

Decía que el sueño comenzaba con una escena normal de cualquier casa, por ejemplo varios hermanos en la salita viendo una película. De pronto el ambiente cambiaba y todo se iba volviendo cada vez más silencioso y tenso. Poco a poco mis hermanos iban desapareciendo del sueño y yo me veía, o mejor dicho, me sentía solo en un extremo de "elpiso" sintiendo que en el cuarto de la cacería, en el extremo opuesto de "elotropiso" estaba Eso. Yo no sabía que era, si era un monstruo, un animal, un espíritu. Solo sabía que Eso me daba mucho miedo. Y toda la pesadilla era la espera a que Eso saliera de aquel cuarto y se dirigiera hacia donde yo estaba. Nunca pasaba nada pero a mi me arruinaba la noche.

Pues bien, hasta aquí el sueño recurrente, pero el sueño que quiero contar no es así. Un buen día, allá por la adolescencia, tuve el mismo comienzo de sueño, pero ya no lo pude resistir más. Abrí la puerta de la salita y salí corriendo despavorido hacia "elotropiso". Chillaba a más no poder tratando de silenciar mi pánico. Por fin llegué a la puerta de ese maldito cuarto, la abrí me arrojé dentro y, chillando, sentí como Eso me envolvía. Me desperté con una tranquilidad increíble y jamás volví a soñar esa pesadilla.

Bien, ahora intentaremos darle forma al sueño con un narrador omnisciente.

Era una tarde normal de la vida del pequeño Luis. Pequeño de edad pero no de cuerpo, pues había tenido la mala suerte de crecer más que sus compañeros y eso le acarreaba las complicaciones naturales de parecer mayor. Luis estaba en la salita de su casa, con sus hermanos y algunos vecinos habituales del segundo. Jugaban a pedirse los anuncios. Era la época previa a las Navidades y en la hora infantil la tele te bombardeaba con publicidad de juguetes. Luis todavía no había aprendido que lo más divertido de los juguetes es desearlos y soñar con ellos. Los sueños son de carne y hueso, la realidad de pasta y la pasta al tercer golpe se rompe. No debía ser una época fácil para los padres. La chapa y la madera eran muy caras y el plástico todavía no estaba muy conseguido. Ya teníamos los medios para sentir la necesidad de comprar juguetes pero aún no teníamos la capacidad económica para hacerlo.

Una vez más, como todas las tardes, el juego se fue agriando. El tono de la luz de la salita iba oscureciéndose poco a poco, casi imperceptiblemente y los sillones, sillas y cojines, antes atestados de niños, iban quedándose vacíos. Luis no quería darse cuenta del cambio, como si el ignorar la realidad bastara para cambiarla, hasta que, tras tocarle en suerte una muñeca nadie se burló de el y el silencio fue tan estrepitoso que le obligó a tomar conciencia de su soledad.

Luis miró fijamente la puerta de la salita que daba a la entrada, esperando ver tras los cristales esmerilados la sombra que llevaba toda su vida estropeándole el sueño. Pero la sombra no aparecía. Fuera lo que fuera, habitaba en el cuarto de las muchachas, que es como se llamaba a las empleadas del hogar en aquella época. Desde aquel cuarto hasta la salita había un gran trecho y Luis no podía recordar que hubiese visto a la cosa alguna vez por los pasillos pero sentía que se derramaba viscosamente por ellos acercándose a la salita.

Pero esta vez algo cambió en el interior de Luis, probablemente desencadenado por la metamorfosis hormonal de la adolescencia. Ya no podía contener tanto pánico dentro suyo y cuando la tensión alcanzó la temperatura con la que normalmente se despertaba, Luis se dejó llevar por el miedo que le gobernaba y abrió la puerta de la salita gritando como un juramentado. No veía nada. Su visión era como la de un despavorido que corre en el bosque de noche moviendo la cabeza de adelante a atrás, de izquierda a derecha sin cesar. Mientras más corría más gritaba, mientras más gritaba más miedo sentía, y el miedo le hacía correr más. Una a una iba abriendo todas las puertas de la casa: la del pasillo, las del montacargas, la de la cocina del otro piso y por fin, la del cuarto de las muchachas.

Luis se sumergió en el pánico que llenaba el cuarto tratando de ahogarlo con su alarido. La cosa era real, estaba allí y Luis se precipitó contra ella dejándose envolver. Fue la última vez que vimos a Luis por estos sueños.





sábado, 3 de mayo de 2014

Principio, medio y final dados

El ejercicio dice así:

Escribir un texto que icluya las siguientes frases, como principio, medio y final del texto. Emplear el narrador omnisciente para hacerlo.

Principio: Una mujer uniformada de verde no vio al que subió por la escalera.
Medio: Se apresuró
Final: Le pidió que no mintiera.

¡Vamos que nos vamos! ¡al lío!

En primer lugar ninguno de los dos personajes presentados en el principio parecen que deban ser personajes principales de la novela. Pero deben tener un peso importante ya que abren la escena.

Una mujer uniformada de verde no vio al que subió por la escalera. Fue una lástima porque de no haber sido así, todo podría haber sido distinto. La mujer era una empleada del servicio de limpieza y en ese momento estaba vuelta hacia la pared, quitando las hojas secas de un florero y con los oídos saturados escuchando su mp3 a todo volumen. 

El hombre saltó los escalones de dos en dos mostrando una forma física envidiable y unas ganas locas por llegar a su destino, que no era otro que el piso de la pobre María. Pobre no porque le faltasen las comodidades que Juan, su marido, le suministraba generósamente ni porque estuviese falta de culpa en su comportamiento, sino porque, como casi todo el mundo, era víctima del desconocimiento de lo caro que nos resultan nuestros deseos una vez conseguidos.

María lo sintió llegar a su puerta y corrió a arreglarse el pelo y enderezarse la ropa con esos pocos tirones que las mujeres se dan en faldas, blusas y medias, cuyos efectos los hombres somos incapaces de apreciar pero sin los que ellas no se atreven a ser vistas.

Se apresuró a abrir la puerta y dejarle pasar, cerrándola tras él, no sin antes comprobar que nadie le había visto entrar en su casa. Le evitaré al lector la descripción de lo sucedido a partir de ese momento por lo obvio y común de la escena, pero podrá éste imaginarse lo estéril de esos gestos de María adecentando sus vestimentas.

Juan volvió a su puesto de vigía en la ventana del bar de enfrente, tras aliviar la presión de la vejiga por las cervezas que ya llevaba en el cuerpo. Estaba ya con la mosca tras la oreja y temía que esa rápida ausencia arruinara toda su espera. Según su confidente era la hora habitual del delito. Intranquilo por la duda se arriesgó  a cruzar la calle y entró en el portal para preguntarle a la limpiadora si había subido algún hombre en esos minutos. La mujer de verde le dijo que con toda seguridad no, porque ella no se había movido de allí ni por un instante. Juan volvió a su mesa en el bar con esa sensación de soledad que da el saberse engañado en cuestiones de amores. El cornudo, tras comprobar que era el último en enterarse de todo, tiene la sensación de que el resto del mundo está en el ajo.

Juan siguió pidiendo cervezas y llegó un momento en el que no podía ni recordar por qué no había ido a trabajar ese día. Cuando el camarero le dijo que tenía que cerrar, que ya eran más de las doce de la noche, Juan, no sin antes implorar una última jarra, enfiló el camino de vuelta a casa feliz y contento. No recordaba nada y solo sabía que su Atlético del alma había ganado la liga y la champion y que en casa le esperaba la mujer más bonita del barrio.

Cuando atinó a abrir la puerta con las llaves, que se empeñaban en no entrar en la cerradura y caérseles de las manos, se encontró a su amorcito cruzada de brazos en medio del salón. Juan intentó hilvanar una explicación creíble de su tardanza y estado pero lo único que recordó al día siguiente es a su mujer llorando. No entendía por qué María le pidió que no le mintiera.

jueves, 1 de mayo de 2014

Palabras

Me pide el texto que juegue con la siguiente lista de palabras: Entusiasmo, Miedo, Estremecimiento, Angustia, Alegría, Pena, Fascinación, Rabia, Dolor, Tentación, Impotencia, Vergüenza. Bueno en verdad me pide otra cosa pero he decidido alterar algo el ejercicio. El original pide que piense durante un rato en varias palabras de la lista con los ojos cerrados y luego escriba rápidamente lo que se me haya ocurrido. Por último que intente fundir esos escritos en un único texto. Pero no tengo ganas de ese juego.

A ver qué podemos hacer con ellas:

Con entusiasmo salgo a batallar
el miedo que el blanco me provoca.
Con estremecimiento se coloca
mi pluma y la angustia aprieta el collar.

Collar que tensa con alegría
al ver la pena que sofoca
mi fascinación por la poesía,
y de rabia mi musa se ahoga.

¡Ahoga tirana estéril mi dolor
y arranca de cuajo mi tentación!
¡No te cebes cruel con mi impotencia!
Me quedé en blanco ¡Qué vergüenza!

Se ve que la poesía no es lo mío, pero habrá que trabajarla. Vamos por el 2º fascículo y son más de sesenta. Imagino que cuando termine habré mejorado algo.