El ejercicio reza así:
- Relatar un sueño real o inventado
- Volverlo a contar desde un narrador omnisciente
Escogeré uno real que cambió mis noches.
Para entender el sueño tengo que contar primero un sueño recurrente que me atormentaba muchas noches de mi infancia. El sueño empezaba con una escena de la vida normal en mi casa. Mi casa estaba formada por los dos pisos (apartamentos deberíamos decir) de la primera planta del portal 30 de la calle Asunción de Sevilla. Los pisos tenían una distribución lineal. Las habitaciones daban casi todas ellas a un pasillo recto. En la cabecera había un núcleo de dos salones y la entrada. En la trasera teníamos la cocina, un lavadero con un pequeño aseo y un cuarto de servicio. Ambos pisos estaban unidos hacia la mitad del pasillo por otro pasillo de servicio. En principio cada apartamento tenía su puerta de servicio que debería de estar cerrada pero en mi casa, lógicamente, estaban siempre abiertas y el pasillo de servicio era un corredor más de la casa. A ese pasillo de servicio se accedía por un montacargas y a él daban las ventanas de los cuartos de baño principales. Mi casa estaba pues dividida en lo que nosotros llamábamos "elpiso" y "elotropiso". En "elpiso" hacíamos la mayor parte de la vida y estaban la mayoría de los dormitorios. Por si no lo saben, mi familia era algo más extensa de lo normal. Éramos quince hermanos, mis padres y siempre había varias mujeres trabajando, además de la trupe habitual de amigos y vecinos. En "elotropiso" estaban el dormitorio de las pequeñas, el de mis padres y la consulta médica de mi padre. La cocina y el lavadero de "elotropiso" funcionaban como cuarto de plancha y tendedero, y su pequeño cuarto de servicio servía de almacén de los trajes de flamenca, túnicas de nazarenos, artilugios de caza y vestidor para las mujeres que trabajaban con nosotros. Ese cuarto jugará un papel importante en mi sueño.
Decía que el sueño comenzaba con una escena normal de cualquier casa, por ejemplo varios hermanos en la salita viendo una película. De pronto el ambiente cambiaba y todo se iba volviendo cada vez más silencioso y tenso. Poco a poco mis hermanos iban desapareciendo del sueño y yo me veía, o mejor dicho, me sentía solo en un extremo de "elpiso" sintiendo que en el cuarto de la cacería, en el extremo opuesto de "elotropiso" estaba Eso. Yo no sabía que era, si era un monstruo, un animal, un espíritu. Solo sabía que Eso me daba mucho miedo. Y toda la pesadilla era la espera a que Eso saliera de aquel cuarto y se dirigiera hacia donde yo estaba. Nunca pasaba nada pero a mi me arruinaba la noche.
Pues bien, hasta aquí el sueño recurrente, pero el sueño que quiero contar no es así. Un buen día, allá por la adolescencia, tuve el mismo comienzo de sueño, pero ya no lo pude resistir más. Abrí la puerta de la salita y salí corriendo despavorido hacia "elotropiso". Chillaba a más no poder tratando de silenciar mi pánico. Por fin llegué a la puerta de ese maldito cuarto, la abrí me arrojé dentro y, chillando, sentí como Eso me envolvía. Me desperté con una tranquilidad increíble y jamás volví a soñar esa pesadilla.
Bien, ahora intentaremos darle forma al sueño con un narrador omnisciente.
Era una tarde normal de la vida del pequeño Luis. Pequeño de edad pero no de cuerpo, pues había tenido la mala suerte de crecer más que sus compañeros y eso le acarreaba las complicaciones naturales de parecer mayor. Luis estaba en la salita de su casa, con sus hermanos y algunos vecinos habituales del segundo. Jugaban a pedirse los anuncios. Era la época previa a las Navidades y en la hora infantil la tele te bombardeaba con publicidad de juguetes. Luis todavía no había aprendido que lo más divertido de los juguetes es desearlos y soñar con ellos. Los sueños son de carne y hueso, la realidad de pasta y la pasta al tercer golpe se rompe. No debía ser una época fácil para los padres. La chapa y la madera eran muy caras y el plástico todavía no estaba muy conseguido. Ya teníamos los medios para sentir la necesidad de comprar juguetes pero aún no teníamos la capacidad económica para hacerlo.
Una vez más, como todas las tardes, el juego se fue agriando. El tono de la luz de la salita iba oscureciéndose poco a poco, casi imperceptiblemente y los sillones, sillas y cojines, antes atestados de niños, iban quedándose vacíos. Luis no quería darse cuenta del cambio, como si el ignorar la realidad bastara para cambiarla, hasta que, tras tocarle en suerte una muñeca nadie se burló de el y el silencio fue tan estrepitoso que le obligó a tomar conciencia de su soledad.
Luis miró fijamente la puerta de la salita que daba a la entrada, esperando ver tras los cristales esmerilados la sombra que llevaba toda su vida estropeándole el sueño. Pero la sombra no aparecía. Fuera lo que fuera, habitaba en el cuarto de las muchachas, que es como se llamaba a las empleadas del hogar en aquella época. Desde aquel cuarto hasta la salita había un gran trecho y Luis no podía recordar que hubiese visto a la cosa alguna vez por los pasillos pero sentía que se derramaba viscosamente por ellos acercándose a la salita.
Pero esta vez algo cambió en el interior de Luis, probablemente desencadenado por la metamorfosis hormonal de la adolescencia. Ya no podía contener tanto pánico dentro suyo y cuando la tensión alcanzó la temperatura con la que normalmente se despertaba, Luis se dejó llevar por el miedo que le gobernaba y abrió la puerta de la salita gritando como un juramentado. No veía nada. Su visión era como la de un despavorido que corre en el bosque de noche moviendo la cabeza de adelante a atrás, de izquierda a derecha sin cesar. Mientras más corría más gritaba, mientras más gritaba más miedo sentía, y el miedo le hacía correr más. Una a una iba abriendo todas las puertas de la casa: la del pasillo, las del montacargas, la de la cocina del otro piso y por fin, la del cuarto de las muchachas.
Luis se sumergió en el pánico que llenaba el cuarto tratando de ahogarlo con su alarido. La cosa era real, estaba allí y Luis se precipitó contra ella dejándose envolver. Fue la última vez que vimos a Luis por estos sueños.