domingo, 31 de mayo de 2015

Recordando a mis musas

Sigo quitando el polvo a los cajones de mis discos duros y, por aquí o por allá. aparecen restos de una época muy calenturienta y desordenada. Lo bueno de la edad es que mitiga ese punzante sentido del ridículo que nos amarga la vida cuando niños y jóvenes y nos permite sonreír a nuestras propias gansadas.

Escribir sobre nuestros propios sentimientos, entre otras muchas, tiene la ventaja de que nos permite constatar cuán extraños nos sentimos a nosotros mismos al cabo del tiempo y ello nos debería de hacer reflexionar sobre la percepción que tenemos de los demás.

Ni que decir tiene que las musas siempre son ficticias, pues en ello va la condición de embrujadora necesaria para extraer de nuestro interior lo que por sí solo no sale. Un artista es aquél que no necesita pócimas ni conjuros para dar forma concreta a la belleza y ello solo se adquiere con la técnica que, a su vez, demanda trabajo.

Mis musas tenían algo de verdad, pero en la misma proporción que Aldonza Lorenzo participaba de Dulcinea. Lo gracioso es que a la mayoría ni siquiera las llegué a ver en carne y hueso e imagino que los retratos que me suministraban eran algo fantasiosos ¡Qué más da! 

Ya he referido que en esa época uno vivía asomado perennemente a la ventana digital de una página de citas y pendiente del messenger. Pues bien, en uno de los perfiles de una tal Dido leí lo siguiente:


Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.

Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo ,por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.

(Dido)

Imagino, porque no recuerdo nada, que al leer estas líneas mi natural bucólico-pastoril se enervó y rápido respondí a su llamada anónima:


Dios me echó de Troya y desespero
Añorando mi romero y mi riqueza.
Ver quiero dónde empieza
el orden que me anuda
al reposo fresco y calmado
de una vida humilde, queda y muda...
y Tu dirás...., y yo siempre callado

Tuyo, tu Eneas

Ni puto caso. Por aquél entonces aun no había asimilado el escaso romanticismo que impregna la naturaleza de la mujer. Como me dijo una compañera de ciber-sexo, unos ingresos sustanciosos y regulares las excita mucho más ¡Triste ventura la de aquél que no sueña día y noche con amasar fortunas contantes y sonantes!

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