sábado, 6 de junio de 2015

Rianna la siesa

A pesar de haber correteado profusamente por una página de citas con aceptable éxito -en ella conocí, entre otras, a mi segunda mujer de la que, a pesar de no haber funcionado bien la cosa, guardo un grato recuerdo-, he de confesar que por las llamadas redes sociales me siento como en una bulla de Semana Santa, es decir, como debe sentirse un pez cuando se sumerge en el aire. En la primera red social que caí aunque por poco tiempo (no era Facebook) tuve un contacto que se hacía llamar Rianna Stern. La fotos que tenía colgadas en su perfil le quitaban el aliento al macho más pintado pero imagino que no eran suyas. Decía ser una estudiante israelí de la Universidad de Sevilla y mantuvimos una cierta correspondencia epistolar que no cuajó en nada carnal, a pesar de mis intentos. 

Fruto de aquel lance estéril fue este descabellado intento de emular los versos blancos de Shakespeare cuya esterilidad poética es comparable a la del hecho que lo suscitó. Que Erato me perdone.

Withering in my own thinking
Where hopeful Lights never come,
Outside the moon brights heartfully
And everything appeares to shine.
But the sparkling beam of a Stern Queen
Is forbidden for me, a simple man.

(A Rianna Stern, o cómo quiera que se llamase quién quiera que fuese)


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