sábado, 20 de junio de 2015

La contraria no es buena táctica en la suerte del amor

Una vez más rememoramos las andanzas amorosas por los pagos de esa ciber-Mancha que llamamos La Red. En esta ocasión, vino caballo y caballero a toparse con una embozada dama -hacíase llamar Ledicia- quien a modo de Santo y Seña daba la siguiente presentación:

Para el error... el perdón, 
para el fracaso... la oportunidad 
y para el amor...el tiempo.

Disfruta del camino, todo llega.

¿Por qué no habré aprendido el arte del embaucador y seguido la corriente a aquellas que intenté conquistar? Pues porque ese arte no se aprende sino que se hereda, y de haber hecho lo contrario que aquello a lo que mi natural me empujaba no habría sido yo.

Así que ya pueden imaginar que espoleado por la ñoñez del discurso, apreté la adarga contra mi costado, enfilé mi lanza y espoleando mi literario corcel galopé sobre estos birriosos versos:

Para el error, seguir caminando
que parar tras errar nos hace miedosos...
Para el fracaso, seguir intentando
que desistir tras fracasar nos hace temer...

Para el amor.... el instante
que si la distancia es el ataúd de los sentidos
de tiempo están hechos sus gusanos...

Mas errar, fracasar, amar y desamar
no es más que pavimentar el camino..

camino que todos hemos de andar.

Como pueden vislumbrar vuesas mercedes, la acometida se esfumó en la niebla y nunca más supe de ella. Ya lo decían los antiguos: prometer y prometer hasta meter, y una vez metido, olvidar lo prometido.


sábado, 13 de junio de 2015

Las noches tempestuosas de la infancia

Ya he narrado en una entrada anterior la angustia de mis noches infantiles. La noche no era más que uno de los suplicios que debía sufrir estoicamente sin posibilidad de escape como las cateas(*) al pelarte, los cosquis y tirones de patillas en el colegio, las ahogadillas en la piscina a manos de las pandillas mayores y tantas otras más. Nada que un alma medianamente dotada no pudiera sufrir sin recabar para sí la atención del resto de la sociedad. Pero no dejaban de ser una pesadilla, hasta que una noche afronté mi problema de cara y le gané la batalla a la oscuridad.  

Mi hija Julia, entre otras muchas cosas, heredó de mi esta condena y tenía cierta tendencia a las pesadillas, cosa por lo demás bastante frecuente entre los niños. No seré yo quién obligue a nadie a pasar por un calvario por el mero hecho de haberlo pasado yo antes y por ello, mientras ella quiso, durmió conmigo todas las noches que pasamos juntos.

Cuando era aun chiquitita, una noche viéndola dormir a mi lado con su carita de tranquilidad se me vinieron a la mente estos versos:

Y tu estás dormidita…

¿Qué sueños pasean por tu frente?
Alma creciente, me das la vida
¿Qué miedos te acechan en la noche?
Parte de mí que vuelve a crecer

No temas mi bien, daré la vida
Para que el miedo deje tu mente
y hagas dulce manto con la noche
y vuelva tu linda sonrisa a crecer

Y tu estás dormidita,
Surcando el bravo mar de la oscuridad
Y yo velo a tu verita
Faro alerta para darte claridad.

(*) Derecho colectivo que los niños de España tenían para hinchar a tortas el cogote de un semejante recién pelado. Bastaba con entonar el grito de guerra ¡catea, catea! y todos salían a correr tras el desgraciado esquilado.

sábado, 6 de junio de 2015

Rianna la siesa

A pesar de haber correteado profusamente por una página de citas con aceptable éxito -en ella conocí, entre otras, a mi segunda mujer de la que, a pesar de no haber funcionado bien la cosa, guardo un grato recuerdo-, he de confesar que por las llamadas redes sociales me siento como en una bulla de Semana Santa, es decir, como debe sentirse un pez cuando se sumerge en el aire. En la primera red social que caí aunque por poco tiempo (no era Facebook) tuve un contacto que se hacía llamar Rianna Stern. La fotos que tenía colgadas en su perfil le quitaban el aliento al macho más pintado pero imagino que no eran suyas. Decía ser una estudiante israelí de la Universidad de Sevilla y mantuvimos una cierta correspondencia epistolar que no cuajó en nada carnal, a pesar de mis intentos. 

Fruto de aquel lance estéril fue este descabellado intento de emular los versos blancos de Shakespeare cuya esterilidad poética es comparable a la del hecho que lo suscitó. Que Erato me perdone.

Withering in my own thinking
Where hopeful Lights never come,
Outside the moon brights heartfully
And everything appeares to shine.
But the sparkling beam of a Stern Queen
Is forbidden for me, a simple man.

(A Rianna Stern, o cómo quiera que se llamase quién quiera que fuese)