sábado, 13 de junio de 2015

Las noches tempestuosas de la infancia

Ya he narrado en una entrada anterior la angustia de mis noches infantiles. La noche no era más que uno de los suplicios que debía sufrir estoicamente sin posibilidad de escape como las cateas(*) al pelarte, los cosquis y tirones de patillas en el colegio, las ahogadillas en la piscina a manos de las pandillas mayores y tantas otras más. Nada que un alma medianamente dotada no pudiera sufrir sin recabar para sí la atención del resto de la sociedad. Pero no dejaban de ser una pesadilla, hasta que una noche afronté mi problema de cara y le gané la batalla a la oscuridad.  

Mi hija Julia, entre otras muchas cosas, heredó de mi esta condena y tenía cierta tendencia a las pesadillas, cosa por lo demás bastante frecuente entre los niños. No seré yo quién obligue a nadie a pasar por un calvario por el mero hecho de haberlo pasado yo antes y por ello, mientras ella quiso, durmió conmigo todas las noches que pasamos juntos.

Cuando era aun chiquitita, una noche viéndola dormir a mi lado con su carita de tranquilidad se me vinieron a la mente estos versos:

Y tu estás dormidita…

¿Qué sueños pasean por tu frente?
Alma creciente, me das la vida
¿Qué miedos te acechan en la noche?
Parte de mí que vuelve a crecer

No temas mi bien, daré la vida
Para que el miedo deje tu mente
y hagas dulce manto con la noche
y vuelva tu linda sonrisa a crecer

Y tu estás dormidita,
Surcando el bravo mar de la oscuridad
Y yo velo a tu verita
Faro alerta para darte claridad.

(*) Derecho colectivo que los niños de España tenían para hinchar a tortas el cogote de un semejante recién pelado. Bastaba con entonar el grito de guerra ¡catea, catea! y todos salían a correr tras el desgraciado esquilado.

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