lunes, 20 de julio de 2015

De cuando me empiqué a los versos

Corría el año 2006, recién divorciado y mis escarceos en la selva cibernética empezaban a dar sus frutos. Una dama con la que si tuve roce y que levantaba mi lívido a alturas estratosféricas me dio la oportunidad de cometer probablemente mis mejores pecadillos carnales. Cáigame la sentencia que me caiga en el valle de Josafat, sus recuerdos seguirán esbozando en mí una sonrisa.
Como dicen estos versos, a ella fue la primera mujer que escribí poesía y lo cierto es que le terminé, como ya saben ustedes, cogiendo el gustillo.


Absorto queda, cautivo ¿de amor?
y preso de tu estática sonrisa
de tu mirar que atraviesa sin prisa
el pecho de este pobre servidor.

Servidor que ansía provocar tu risa,
animar tu alma, avivar la ilusión,
llenar el hastío con quieta pasión,
ser del estío tuyo la suave brisa.

¿Qué hiciste, musa de mi corazón?
que años ha que escribir versos quería
mas jamás mi mano contento dio.

Hoy libre de mi crítica razón
y mi vergüenza, dirás ¡qué tontería!,
¡Ay mujer!, mas un soneto salió.


 En el original, ¡Ay mujer! era su nombre, pero por razones que cualquier bien nacido puede entender, he decidido mantenerlo en el anonimato. No es que hiciésemos nada punible por las leyes humanas -quizás multable, pero no más- pero siendo, como éramos, dos personas adultas y respetables, hay ciertas cosas que no está bonito que las pongamos en práctica. ¡Ay! ¡Qué dias aquellos de vinos y rosas!

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